a7aa1eb0c490c08a52bb8f3a98e4b596Maletas de vivencias y notas llenas de vida en un Aeropiano (video)

Gabriela Saker Jiménez para NotiCel

El escenario está vacío. Descalzo, sin piano ni voces. Cientos de butacas rojas, ahora solas, guardan la memoria de rostros extraños que por allí han pasado, el eco lejano de aplausos, alguna lágrima derramada, discreta, ante una melodía. Brenda Hopkins Miranda ocupa una de las butacas. Pelo rubio, voz suave, mirada infantil y adulta.

A medida que la compositora habla de la música, de sus discos, del arte como única forma de existir, parece que el escenario se llena de instrumentos, las butacas, de gente, y ahí está ella, con su piano de cola, inmersa en una de sus canciones propias.

Ahí, en el escenario del Teatro Raúl Juliá del Museo de Arte Contemporáneo, estará ella, con sus diez músicos, con sus historias narradas a través de la melodía, con alguna nueva propuesta de baile y canto, el próximo 21 de mayo en el concierto de presentación de su quinto disco, Aeropiano, del cual tocará las 15 canciones en el orden en que aparecen.

Aeropiano es un viaje musical. Transita por lugares reales de su vida, por coordenadas imaginarias, por memorias emotivas y ritmos musicales que se combinan en un autorretrato suyo que cuenta historias sin palabras. El viaje creativo traslada el disco a aquella avenida en la que vivió en Boston, a los dos años de gira gitana en España, a la finca donde se crió su padre en Stanwood, Michigan, hasta a lugares imaginarios como el Puente de los Abrazos.

A la par, el viaje salta de los instrumentos. Juega con los sonidos, los combina. Se despoja de reglas y divisiones para contar historias desde múltiples tonos culturales. El violonchelo aparece en sus temas más oscuros e introspectivos, la tabla de la India, el cajón, la guitarra eléctrica que por primera vez la utiliza, los barriles de bomba. “Cuando quieres decir muchas cosas necesitas muchos colores”, dice.

Pero es un viaje sin mapa – importante – un viaje sin ruta trazada ni predefinida. Un viaje que surge solo, como cuando un arrebato fuera de toda razón acartonada te lleva al aeropuerto a escoger el primer vuelo disponible para descubrir cualquier mundo nuevo. Un viaje musical en que la improvisación germina, siempre presente.

“Yo siento a veces que la música me dice lo que necesita, para de tocar, sigue, sube aquí. El conocimiento está ahí, pero no es el que está en control… Cuando ya tu instrumento es tu manera de comunicarte, puedes participar en cualquier conversación sin tener una partitura, sin saber en qué tono ni compás, hay algo que te guía… El mapa se revela a sí mismo sin planificación. Esa es la aventura de la música”, dice.

De ahí que a su música los críticos, con su afán de etiquetas, la cataloguen como jazz. Pero la también profesora universitaria no le pondría género. “El mundo es así, estamos conectados y recibiendo influencia de todas partes”, comenta.

Al final, todo se deriva en contar historias. Hay música que habla sobre la música y música que habla sobre la vida, dice la artista. En ese segundo flanco se posiciona la trayectoria de cuatro discos propios de Hopkins Miranda. Transmitir, comunicar, desde la música instrumental, invitando al público a derrumbar barreras y la necesidad de letra, para que se permitan interpretar lo que quieran, adueñándose de la melodía.

Y en ese narrar su vida, hay fuerza, alegría, ilusiones, pero también hay dolor, pérdida, muerte. La compositora recuerda bien ese día en que grabó “Búscame en el viento”. El noveno tema de su disco grita la muerte súbita de su mejor amiga en España, una poeta a la que un sorpresivo infarto la desgajó de la vida. Luego de unos minutos de trance, Hopkins Miranda tocó la nota final y miró al cristal de los ingenieros. Ambos estaban llorando. Se acercó a ellos. “En esa canción murió alguien”, le dijeron. “El mensaje había llegado”, comparte.

Es pianista, compositora, directora musical, productora y profesora. Alguna que otra vez toca la percusión. Ya se ha acostumbrado a las maletas. En España transformó su piano en acompañante del flamenco gitano, en Sudamérica tocó baladas junto a Ricardo Montaner, en Boston vivió en Westland Avenue mientras crecía y experimentaba desde la música con su beca de estudios en Berklee y su maestría en improvisación contemporánea en el New England Conservatory.

“En casa dicen que yo he reencarnado varias veces en una vida”, afloja la risa. Estuvo en una gira de un año con Ricardo Montaner, trabajó por más de diez años con Glenn Monroig, ha servido de pianista acompañante de Tambores calientes y Plena Libre, y ha compartido el escenario con Tito Puente, Bob Moses, William Cepeda, Henry Cole y Gilberto Santa Rosa, entre muchos otros. Pero llegó un momento en que cobró protagonismo la necesidad de hacer su música, a hablar por sí misma.

A Hopkins Miranda también le gusta la sensación de ser principiante, de abandonar la mirada experta y posicionarse desde un lugar que conserva la capacidad de asombro. Toma clases de pintura y dibujo, juega billar porque la relaja, lee y escribe, ama el cine y busca música, todo el tiempo, música nueva, nuevas formas, experimentos, reglas rotas; todos los fines de semana se va de safari musical.

Educar desde la creatividad

La consagrada pianista siempre fue musical. Desde aquella infancia en que navegaba entre dos mundos distantes y juntos, el de su padre estadounidense y su madre puertorriqueña, recuerda adueñarse de las ollas de la cocina para robarles sonidos. Se topó con el piano a los 5 años en su escuela Bonneville, una escuela que desde pequeña la expuso al ballet, a la pintura y al instrumento de cola que se convertiría en su timbre de voz, su diario de viajes, su traductor.

“Mis papás se dieron cuenta de mi afinidad con el instrumento. Desde entonces estuvo bien claro que ese era mi camino… Mis padres lo entendieron rápidamente, [al principio lo trataban como un hobbie], pero una vez ellos ven que te lo estás tomando en serio, que estás comprometida con desarrollarte y llegar a un nivel de excelencia donde todo se hace con pasión, lo entendieron”, dice.

Sin embargo, sabe que no todos los jóvenes corren con la misma suerte. Lo ve a diario. Es profesora de música en el recinto metropolitano de la Universidad Interamericana. El primer día de clases hace la encuesta. “¿A cuántos de ustedes su familia le pidió que estudiara música?”, pregunta. Si uno alza la mano, es mucho. Así que la profesora les deja saber que tienen su respeto. “Son personas que han sido fieles a lo que son. Son mis colegas, no mis estudiantes”, dice.

Actualmente, Hopkins Miranda se encuentra escribiendo un libro sobre cómo educar música desde la creatividad. Primero se remite a sus días en los salones de clase del Conservatorio de Música, en el que estudió un bachillerato en piano clásico. Desde aquel entonces, sabía que no quería ser pianista clásico porque necesitaba expresarse. Esa experiencia, asegura, la ayuda a colocarse en los zapatos del estudiante.

“Llega con esta pasión y este gozo por la música que se les va apagando porque todos son reglas… Yo siempre he pensado que si estamos enseñando arte, no se supone que todos los que se gradúen suenen igual y sepan hacer lo mismo. La misión de nosotros es despertar ese artista que está en ellos y darles su voz original… No hay solo una respuesta correcta… A fin de cuentas, la gente que admiramos son los que rompieron las reglas”, suelta con una sabiduría fresca.

Para su libro, la autora asegura que cuenta con más de 300 ejercicios que ha puesto en práctica y que funcionan desde una pedagogía de la creatividad. El propósito de todo, comenta, es retomar ese gozo por el cual los estudiantes escogieron la música, para evitar perderlos. A veces, hay gente que deja de hacer música porque piensan que no tienen talento, que ya no sirven o ya no lo disfrutan, dice.

Pero una vez, el estudiante se gradúa, ¿qué le depara el choque con la realidad? Acerca del panorama actual de la música en Puerto Rico, Hopkins Miranda opina que el talento se desborda, lo que falta es crear canales efectivos de difusión. Cree fielmente que la música es el producto nacional de Puerto Rico, es la cara de esta pequeña Isla del Caribe al mundo, y lo que corre en las venas de sus habitantes.

Propone la creación de una estación de radio de 24 horas que solo suene música puertorriqueña de todos los géneros, desde la tradicional plena y bomba, hasta el metal y el jazz. Además, exhorta a que el País se esfuerce en exportar sus talentos, para nutrirse del intercambio cultural.

Hopkins Miranda se despide con un abrazo pausado, como si hablar de música ya de por sí tendiera un puente, ese lazo preciso que se forja. “Lo bonito de la música es la manera en que tú llegas a un sitio y el sitio está lleno de desconocidos, y después de tocar dos o tres notas, tienes un montón de amigos a tu alrededor y recibes ese calor humano”, dice con una sonrisa. “Es un camino hermoso”, sentencia.