Volando alto
Por Rafael Vega Curry
Si es cierto, como dice Brenda Hopkins Miranda, que Puerto Rico es un país de artistas y nuestro principal producto es el arte, entonces la música de la propia pianista y compositora es el mejor ejemplo de ello: un producto cuya calidad merece conocerse en el mundo entero.
Así quedó demostrado la noche del jueves, con la presentación de “Aeropiano”, la más reciente grabación de Hopkins Miranda, en el elegante marco del Teatro Raúl Juliá del Museo de Arte de Puerto Rico, lleno a capacidad con un público entusiasta.
Con una cuidadosa producción que incluyó videos y no menos de tres bandas que creaban variadas sonoridades y texturas, Hopkins Miranda presentó un concierto que trascendió lo que es propiamente jazz para instalarse en el terreno de la pura belleza melódica y narrativa –pues cada uno de los temas contaba su historia particular. A tono con la idea de la música como vehículo para un viaje, lo ofrecido fue un recorrido generoso, esperanzador y con alma por una amplia gama de sentimientos y emociones. La pianista y sus músicos tocaron todas las piezas que integran “Aeropiano”, en el mismo orden en que aparecen en el álbum, más una sorpresa.
La magia se estableció de inmediato con los barriles que inauguran el tema que le da título al disco, en una cautivante síntesis de bomba y funk: denso el bajo eléctrico de Harold Hopkins (hermano de la pianista), profunda la percusión, sugestiva la guitarra eléctrica de Gilberto Almorar. Ya desde este primer tema quedó establecida la profunda interactividad de la música que escucharíamos esa noche, y que continuó con “Boricua a bordo”. Esta es una pieza realmente subyugante, por su dramático giro hacia los tonos graves y su no menos dramático “accelerando”, recursos que dibujan todo un arco narrativo –y que requieren de una notable destreza para ser interpretados con velocidad que no le resta al sentimiento.
En “Cuesta de San Gregorio” Hopkins Miranda entregó uno de sus mejores solos de la noche, asertivo e intenso, con profundas indagaciones armónicas, constante impulso rítmico y la onda entre latina y flamenca que distingue su música. “El puente de los abrazos” (“cuando toco, abrazo a mi público”, explicó la pianista) continuó esa onda, con insistentes patrones rítmico-melódicos que parecían trazar círculos envolventes. Aquí sobresalió el solo de guitarra eléctrica de Almorar, quien sonó como un guitarrista flamenco que estuviese tocando un blues desde lo profundo de su alma.
“Alma libre” cimentó la inclinación flamenca de este segmento del concierto, con la inclusión de la cantaora Ana del Rocío y la bailaora Jeanne D’Arc Casas. La gran potencia expresiva de la banda en esta pieza se elevó a un nuevo nivel con el cante y baile de estas dos grandes artistas.
Con “Corozaleando”, Hopkins Miranda –quien en todo momento se dirigió al público con gran encanto y naturalidad- viajó a los días de su infancia, con un tema atrevido y juguetón cuyas complejas pausas y entradas solo pueden ser manejadas por músicos de este calibre, y que recuerdan las curvas de la carretera por la que la pianista transitaba de niña en ruta a las reuniones de la familia.
La sorpresa de la noche, una interpretación aflamencada del clásico bolero “Inolvidable” a dúo de piano y voz, dio cuenta de la potencia expresiva de Ana del Rocío y del intenso cromatismo de Hopkins Miranda en el teclado. Aquí dio inicio a la parte más íntima del concierto, con la secuencia compuesta por “Angela”, “Búscame en el viento” y “Vincent”, composiciones que la pianista compuso originalmente en recordación de su mejor amiga en España, recientemente fallecida, y que la noche del concierto dedicó también a otros dos amigos que ya partieron, el bodeguero Juan Andreu Solé y la cantautora Ivania Zayas. La presentación de un video de su amiga poetisa, el dramático “performance” de danza moderna de Jeanne D’Arc Casas y la espléndida melodía del piano hicieron memorable este segmento.
La interpretación de “Palante” reanudó el carácter celebratorio del concierto y motivó los mayores aplausos de la noche, gracias al arrollador estilo de bomba-rock de la pieza y a un solo de guitarra de Almorar de notable bravura, ampliamente celebrado por el público. En “Tinto de verano”, un tema dedicado al amor, Hopkins Miranda presentó a “dos seres de luz” -según los calificó-, Osvaldo Ortiz en el cello y Jorge Luis Morales en tabla, cajón y djembé. Esta fue una pieza muy hermosa, con una melodía positiva y delicados arpegios en el teclado.
La noche concluyó con otras dos interpretaciones de tono positivo y alegre, “Hoptimes”, un alegre tema country en el que Hopkins hace sonar su piano como si fuese un banjo, en homenaje a Béla Fleck, y “Seven Mile Road”, un tema dulce que cerró la velada en una nota de pleno optimismo.
Brenda Hopkins Miranda ha dicho que la música es su forma favorita de viajar. Muy apropiadamente, su “Aeropiano” dejó a su público elevado y feliz –un genuino aeroplano musical.