“To help us seek the Duende there are neither maps nor discipline. All one knows is that it burns the blood like powdered glass, that it exhausts, that it rejects all the sweet geometry one has learned, that it breaks with all styles…” ~ Federico Garcia Lorca
Recuerdo aquella calurosa tarde de verano granaíno en la que ingenuamente me dispuse a estudiar para una de mis clases mientras escuchaba el disco de Camarón que Joselito “El Gallo” Heredia – guitarrista y compañero de Raíz y Duende – me acababa de regalar. ¡Qué ilusa! Pensé que podía escuchar a Camarón y estudiar a la vez. Ese día comprendí profundamente lo que es el duende. Camarón había muerto hace años. Su voz salía de un aparato. Y aun así tenía que escoger. O lo escuchaba a él, o estudiaba.
Eso es lo que tienen los artistas con duende. El duende de algunos es tan potente que ni siquiera puedes escoger. Te atrapan, te raptan, te hipnotizan, te invaden, te conquistan, se apoderan de ti… Los puedes escuchar a lo lejos. Te obligan a vestirte, salir de casa e ir al lugar donde están tocando esos sonidos que te llaman. O puedes estar hablando con alguien y de repente sientes que algo te empuja violentamente hacia el escenario, como por ejemplo un jameo por blues. No puedes hacer otra cosa que salir corriendo a responder el llamado, dejando a la otra persona con la palabra en la boca. En medio del desespero te trepas al escenario y empiezas a cantar mirando de frente el precipicio.
Sí, el duende existe, es real. Explicarlo, bueno, es un asunto bastante complicado. Honestamente no estoy segura de que sea posible. Por eso voy a recurrir a la ayuda del gran Federico García Lorca y la conferencia que dio en Buenos Aires y La Habana en 1933 titulada “Juego y teoría del duende”. Solo un poeta puede usar las palabras para acercarnos a lo inexplicable, así que usaré varias de sus citas para tratar de hablar de un tema para el cual las palabras son inadecuadas.
Después que uno ha escuchado a un artista con duende, después que uno ha sentido esa presencia, ya no hay vuelta atrás. Es difícil conformarse con menos. Federico menciona en su conferencia a un artista andaluz, Manuel Torres, quien dijo a uno que cantaba: “Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende”. Manuel entonces pronunció: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”. Para García Lorca y para mí no hay mayor verdad.
¿Y qué son los sonidos negros? “Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte.” Todas las artes “unen raíces en un punto de donde manan los sonidos negros” “materia última y fondo común incontrolable y estremecido de leño”. ¿Y qué hay detrás de los sonidos negros? Detrás de ellos están “en tierna intimidad los volcanes, las hormigas, los céfiros y la gran noche apretándose la cintura con la Vía láctea.”
Quizás para entender el duende es más fácil hablar primero sobre lo que no es. El duende no lo encuentras, como pensarían algunos, en “la torre de la perfección”. El duende no es aquel que nos deslumbra agitando “sus alas de acero en el ambiente del predestinado”. El duende no reside en el “corazón de mármol”. El duende no “viene de fuera”. El duende no se vende, compra o alquila. Tampoco se finge o fabrica. No existe un botón para encenderlo o apagarlo. El duende viene cuando quiere. Nadie lo manda. Nadie lo controla.
El duende no suena a clorox ni a windex. Su sonido viaja lleno de mugre, tierra y todo lo que ha acumulado en el camino. Es incapaz de regurgitar viejas fórmulas recicladas. Para el duende es “imposible repetirse nunca, esto es muy interesante de subrayar. El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca.” Su sonido viene de antes, lo incluye todo, pero es siempre nuevo. Su llegada “presupone siempre un cambio radical en todas las formas sobre planos viejos, da sensaciones de frescura totalmente inéditas, con una calidad de rosa recién creada, de milagro, que llega a producir un entusiasmo casi religioso.” Tiene duende aquel que logra encontrar “alguna cosa nueva que nada tiene que ver con lo anterior”.
No tiene duende quien “recibe normas en su bosquecillo de laureles” ni quien está “enfermo de límites”. No es duende el “que vuela en círculos lentos y teje con lágrimas de hielo”. No es aquello que “despierta la inteligencia” y “trae paisaje de columnas y falso sabor de laureles”. Es la diferencia entre una escala disminuida sobre un acorde dominante y “una temblorosa escala de llanto”.
El duende no es cortés, obediente o respetuoso. Es travieso, desobediente, irrespetuoso y rebelde. Vocifera. Es un “profundo, humano, tierno grito de una comunicación con Dios por medio de los cinco sentidos.” Es alérgico a la imitación y la seguridad lo hiere de muerte. Por eso cuando hay arnés, paracaídas o salvavidas ni se asoma. Solo aparece allí, al borde del precipicio, en la oscuridad más oscura de todas las oscuridades. Se sabe que “gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre.”
Mirarlo a los ojos es como mirar la muerte de frente. El duende no promete inmortalidad sino todo lo contrario. Vive en un eterno presente. Y es que está más vivo que los vivos precisamente por estar más cerca de la muerte. La música, como la vida, nace y muere, segundo a segundo. Tiene duende todo el que está “abierto a la muerte” porque “el duende no llega si no ve posibilidad de muerte”.
Como dijo el poeta: “al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre.” No lo encontrarás en la técnica, en la información, el conocimiento, la inteligencia ni la mente. Federico así lo denunció: “la inteligencia es muchas veces la enemiga de la poesía, porque imita demasiado, porque eleva al poeta en un bono de agudas aristas y le hace olvidar que de pronto se lo pueden comer las hormigas o le puede caer en la cabeza una gran langosta de arsénico, contra la cual no pueden las musas que hay en los monóculos o en la rosa de tibia laca del pequeño salón.”
Hay quienes intentan engañarnos. Nos quieren hacer creer que su vitrina tiene duende. Cierran los ojos, agitan sus brazos y se mueven de un lado para otro. Pero afortunadamente la música no sirve para mentir. El alma permanece en sueño refrigerado ante ese fingir de maniquí. Si saliste como llegaste, si no hubo viaje ni transformación, puedes estar seguro que no hubo duende. Esta historia que cuenta Federico lo explica:
“Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, ya bailen, ya toquen, saben que no es posible ninguna emoción sin la llegada del duende.” “Una vez, la “cantaora” andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: “¡Viva París!”, como diciendo: “Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa”. Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero… con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni.”
Cuando el duende, ese “puente sutil que une los cinco sentidos”, está realmente presente todos sienten sus efectos. Cuenta Federico: “Hace años, en un concurso de baile de Jerez de la Frontera se llevó el premio una vieja de ochenta años contra hermosas mujeres y muchachas con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo; pero en la reunión de musas y de ángeles que había allí, bellezas de forma y bellezas de sonrisa, tenía que ganar y ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados.”
Explica el poeta que “el duende ama el borde, la herida, y se acerca a los sitios donde las formas se funden en un anhelo superior a sus expresiones visibles.” El pueblo que descubre en el arte enduendado su propia sensibilidad, “sus mejores iras, sus mejores bilis y su mejor llanto”. Nos dice Lorca que “se necesita la ayuda del duende para dar en el clavo de la verdad artística.” Y esa verdad no es otra cosa que el “amor libertado del tiempo.”
¿Y cómo lo buscas? “Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”. ¿Y dónde lo encuentras? “El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies”. ¿Y qué es? Dice Federico que escuchó a un viejo maestro guitarrista decir que “es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar.” “Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.” ¿Y cómo sabes si llegó? Cuando “por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados: un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.”
Es cierto. Por más que lo intentes, no puedes llamar al duende. Vendrá cuando quiera. Pero sí puedes trabajar a diario para remover los obstáculos que impiden su llegada: el miedo, el orgullo, el ego, la mente… No sé si lo que he escrito te ayude o no a comprenderlo. Sin Federico mi intento hubiera sido un fracaso seguro. Querer definirlo es tan iluso como tratar de escuchar a Camarón mientras hago cualquier otra cosa. Como dijo la bailarina aduendada, pionera y “madre de la danza moderna” Isadora Duncan: “If I could tell you what it meant, there would be no point in dancing it.”
© Copyright Brenda Hopkins Miranda 2016. Todos los derechos reservados.
Citas tomadas de: http://biblioteca.org.ar/libros/1888.pdf Biblioteca Virtual Universal, “Juego y teoría del duende”, Federico García Lorca, Editorial del Cardo, 2003.
Entonces, no se trata de provocar ni esperar al duende, sino de ser el duende.
Hola Santiago! Creo que acabas de resumir el blog en una oración. Saludos!