“The Ultimate Rule ought to be: ‘If it sounds GOOD to you, it’s bitchin’; if it sounds BAD to YOU, it’s shitty. The more your musical experience, the easier it is to define for yourself what you like and what you don’t like.” ~ Frank Zappa
Es normal que los amantes de la música nos enfrasquemos en la tarea de clasificarla. Algunos la clasifican por géneros y sub-géneros. Otros la catalogan por comercial, académica, folclórica o popular. Y quizás hayas escuchado que hay quienes la dividen entre buena y mala. De todas las anteriores lo de buena y mala se acerca un poco, pero tampoco es mi manera de clasificarla. Lo que pasa es que rechazo la idea de que yo o cualquier otra persona se atribuya ser el juez por excelencia que tiene la autoridad absoluta para decidir cual música es buena y cual es mala.
Prefiero que el factor determinante sea uno más simple, justo y democrático: mi propio gusto.
¿Y cómo es la música que me gusta? No sé cómo es la tuya, pero la música que me gusta es honesta, expresiva, apasionada, original, innovadora, arriesgada, profunda e intensa. Es la que me hace mover el cuerpo. Lo digo así porque no estoy segura que a los movimientos que hago se les pueda llamar bailar (jajaja). La música que me gusta me eriza la piel, me hacer reír o suspirar.
Me gusta la música que me hipnotiza, o como dicen los españoles, la que tiene duende. Es esa que me atrapa y me obliga a dejar de hacer lo que estoy haciendo para prestarle toda mi atención. Me gusta la que me transporta a otro lugar, tiempo o emoción. Me gusta la que me dan ganas de participar, aunque sea dando con el tenedor en el vaso. Me encanta la que me sorprende y me activa la imaginación. Me seduce la que es difícil de clasificar y reta los estereotipos. También me conquistan la que es humilde y positiva, la que me inspira a ser mejor persona y la que es parte de la solución (no del problema).
La que no me gusta es fría, vacía, predecible, superficial, genérica y clichosa. No me gusta cuando alguien me trata de impresionar y demostrar lo mucho que sabe o lo rápido que toca. No me fascinan los mazacotes, los mano a mano, las acrobacias ni las competencias. No me gusta que suena a matemáticas, a blá, blá, blá o a relleno. No me gustan la que tengo que analizar para entenderla ni la que es tan hueca que me provoca un cortocircuito en el cerebro.
Lo emocionante de clasificar la música según nuestros gustos es que es prácticamente imposible encontrar dos que sean idénticos. Nuestro gusto, como la identidad, es nuestra huella digital o ADN musical. Es otra manera de decir quiénes somos, por dónde y hacia dónde vamos. Por dónde porque el gusto se expande y se contrae. Hacia dónde porque nuestro gusto es la brújula que va dirigiendo nuestros pasos y trazando la ruta.
El gusto va cambiando con el tiempo porque nosotros vamos cambiando. Vamos teniendo nuevas experiencias y descubriendo nuevas músicas. Mientras, algunas de las que nos gustaban nos dejan de gustar. Es como cuando te encuentras a una ex-pareja y te preguntas ¿cómo me pudo haber atraído esa persona?
No todos los que quisieron ser estrellas de rock alguna vez todavía rockean. Algunos hasta mantienen su rockero interior escondido en el armario (jejeje). Pero también existen los beboperos, salseros y rockeros hasta la muerte. Y qué chévere que los haya. Por mi parte, la música que escuché durante mi niñez siempre tendrá un lugar especial en mi corazón.
Los elitistas musicales existen. Son esos que piensan que su música y la música que les gusta es la buena y la de los demás es la mala. Son los que piensan además que si a alguien no le gusta su música es porque es inferior a ellos, tiene mal gusto y no sabe nada de nada.
Quizás tu también te has encontrado con uno por ahí. Yo hace tiempo que no pertenezco a ninguna religión y algo me dice que no volveré a hacerlo. Ya no me enamoro de géneros, me enamoro de artistas. A veces el enamoramiento es corto y otras termina en un matrimonio raro de esos tipo: hasta que la muerte nos separe.
Me enamoro de los artistas que evidencian su paso por la vida y se expresan con un acento único, original y personal. Me enamoro de los auténticos. Me enchulo de los que son capaces de sorprenderme desplazando la música hacia mundos todavía desconocidos para mí. Me cautivan los que son líderes, pioneros y valientes, los que se mantienen fieles a su identidad no importa las circunstancias, los que tienen ese insobornable afán de libertad para ser, sentir y expresar.
En conclusión, mi manera de clasificar la música es esta:
- La música que me disgusta (la que me hace preferir cambiar la estación, oír los comerciales o apagar a seguir escuchándola)
- La música que no me gusta
- La música que respeto, pero no me gusta
- La música que me gusta
- La música que respeto y me gusta
- La música que me fascina (la que me obliga a dejar de hacer lo que esté haciendo para prestarle toda mi atención)
Sin embargo, no podría clasificar mi propia música usando este sistema. Si gusta o no gusta mi música eso les toca a otros decidirlo. Si tuviera que clasificarla diría simplemente que es un autorretrato o autobiografía musical.
¿Tú cómo clasificas la música? ¿Cómo es la música que te gusta? ¿Y la que no te gusta?
© Copyright Brenda Hopkins Miranda 2016. Todos los derechos reservados.